Juan Valera es un autor de lo más peculiar, sobre todo con respecto al movimiento literario en el que se le circunscribe: el realismo. Esta tendencia es contemporánea al naturalismo y, a grandes rasgos, parecen muy similares. Sin embargo, mientras que el realismo busca representar la realidad de manera fiel y sin caer en idealizaciones, el naturalismo trata de mostrarla recurriendo a la ciencia. Ambas tendencias beben del positivismo, el cual consiste en fotografiar la realidad y los escritores intentarán trasladar esto al papel creando descripciones de lo más detalladas. No obstante, no existe una ruptura entre realismo y naturalismo, sino una evolución del primero hacia el segundo.
El naturalismo se aceptó gracias a un debate que surgió entre los intelectuales sobre realismo e idealismo. Se desarrolló el krausismo, que acepta la filosofía basada en las ciencias, siendo esto aplicable en la literatura. Teniendo esto en cuenta, el novelista adquiere el papel de científico que disecciona la realidad y la traslada al relato. Los personajes se adaptan a la realidad y se comportan conforme a lo que les determina.
Como ya he mencionado, Valera fue un autor singular, pues él no quería que se le encasillase en dicho movimiento ya que consideraba que se trataba de ciencia y no de arte. De hecho, él era partidario del "arte por el arte", término acuñado por el parnasianismo francés cuyo principal precursor fue Théophile Gautier. Por todo ello, apuesta por el escepticismo frente al naturalismo de la novela naturalista.
''Como la tibia luz de luna es el rayo de su mirada.''
Se nos presenta una historia con un tema se acerca al realismo pero cuya prosa se aleja de él, acercándose al idealismo. Me gustaría recuperar una frase del propio autor: “yo no quiero reflejar la realidad tal como es sino tal y como debería ser”. Esto se refleja bastante en la descripción del paisaje andaluz, el cual se acerca más a un ambiente idílico propio de las composiciones de, por ejemplo, Garcilaso.
El protagonista que no se circunscribe al canon heroico, sino que es una persona normal con determinados problemas. Nuestro protagonista, Luis, es el narrador de la historia, y nos la cuenta a través de unas cartas que le envía a su tío. El joven tiene ciertas aspiraciones sacerdotales, algo continuamente presente y evidente debido a que reiteradamente acude a Dios para encontrarle una explicación a todo lo que le rodea. Luis se encuentra de visita en casa de su padre, quien está dispuesto a casarse con Pepita Jiménez, una joven que enviudó. A lo largo de las cartas, se ve cómo Luis se enamora de la muchacha, lo cual provoca un conflicto interno del personaje.
La historia se desarrolla en el tiempo en el que vive el autor y en un pueblo cordobés, ambiente que Valera conoce bien ya que nació en Córdoba. Esta es una innovación propia del realismo ya que para poder representar la realidad es necesario conocerla con exactitud.
La construcción de la novela es de lo más compleja y curiosa, de hecho existe un debate sobre quién es el personaje que nos transmite la historia. En primer lugar, nos encontramos con las cartas de Don Luis, narradas en primera persona, por lo que ofrecen un punto de vista muy subjetivo y se intuye la lucha espiritual del personaje. Es muy interesante la evolución de la visión que Luis tiene de Pepita Jiménez a medida que la conoce y forma parte de su vida, hasta tal punto que se enamora de ella y está presente hasta en cualquier simple acción que el joven realiza. En una primera estancia, Luis crea una imagen de la joven a partir de las habladurías de la gente del pueblo, basándose esta en las historias que circulan por el pueblo tan típicas y que se transmiten de boca en boca de un día para otro. Nada más conocerla, se queda embelesado con su belleza, la cual no es nada propia de un pueblo andaluz: es rubia y de piel pálida, al contrario de la imagen propia de la mujer andaluza. La muchacha cada vez está más presente en las cartas de Luis y se puede apreciar cómo pasa de hacer descripciones detalladas del físico de la joven a cómo esta le hace sentir con un simple roce, síntoma de que se está enamorando. Asimismo, cualquier acontecimiento que tiene lugar en la vida de Luis, él lo relaciona con Pepita; su vida está condicionada por Pepita.
La construcción psicológica de Luis en este sentido es espléndida. Comienza viendo a Pepita como a una posible madrastra pero, ya sea por cercanía de edad o lo apuesta que es la joven (o bien ambas), se enamora de ella. Me ha llamado mucho la atención cuando su tío le advierte de que se está enamorando, él responde que simplemente ve en ella el reflejo de la belleza divina. Con esto se deja entrever la devoción del joven, la cual está presente continuamente a través de menciones a Dios y a la religión, hecho apreciable también en el ímpetu de Luis por aprender a montar a caballo; Luis se intenta autoengañar y lo relaciona con el hecho de que tendrá que aprender a montar si se hace misionero, cuando realmente este entusiasmo viene de la petición de Pepita de que lo hiciese. Como vemos, Luis lo relaciona todo con lo divino. Luis se mortifica al descubrir su enamoramiento pero al mismo tiempo se convence a sí mismo de que Pepita siente lo mismo, ilusionándose con una simple mirada o apretón de manos. Al mismo tiempo, entra en el juego de voy dejar de hacer esto pero lo sigue haciendo; como cuando decide dejar de acudir a casa de Pepita pero continua yendo regularmente.
La evolución de Luis me ha parecido muy realista, de hecho me ha recordado a la típica frase que le digo a mis amigas cuando les gusta alguien pero se niegan a aceptarlo: amiga date cuenta. Más bien, Luis date cuenta.
Esta primera parte se muestra la gran habilidad de Valera para desarrollar psicológicamente al personaje, de manera pausada y hábil.
La segunda parte se denomina Paralipómenos y en ella nos encontramos con un narrador omnipresente que en ocasiones se introduce en la narración, recurso que se adquiere a lo largo del realismo. Esta parte sirve para completar las lagunas que pueden haber quedado tras las cartas. Me ha gustado mucho que se le de otro punto a Pepita, mucho más y dejando de lado la idealización, destacando el momento en el que ella va a ver al Vicario y le explica sus sentimientos hacia Luis y su aflicción ante su marcha. Algo que me ha llamado mucho la atención por lo cercano y humano que me resulta, es que Luis está decidido a alejarse de Pepita por el revuelo social que causaría su relación, está constantemente pensando en el qué dirán. La escena en casa de Pepita, cuando ambos se confiesan sus sentimientos y acaban besándose es mágica, está repleta de sinceridad y amor.
Uno de los mejores momentos de la novela tiene lugar cuando Luis, aterrado por la reacción de su padre, le cuenta todo lo que ha sucedido. Para sorpresa del joven, su padre estaba al tanto de la situación al igual que prácticamente todo el mundo, creando una situación muy real que se acerca a lo que sucede cuando uno está enamorado y no se da cuenta: todo el mundo lo sabe menos él.
En esta segunda parte se nos ofrece una visión más humana y objetiva de los personajes, especialmente de Pepita. Considero que esta parte funciona bastante bien
"Amo en usted no ya sólo el alma, sino el cuerpo, y la sombra del cuerpo, y el reflejo del cuerpo en los espejos y en el agua, y el nombre, y el apellido, y la sangre, y todo aquello que le determina como tal don Luis de Vargas: el metal de la voz, el gesto, el modo de andar, y no sé qué más diga"
La tercera parte de la novela es el epílogo y recoge fragmentos de cartas que Don Pedro le envía al deán unos años después, lo cual le sirve al lector para hacerse una idea de cómo se cierra la vida de todos los personajes. He de admitir que la muerte del Vicario no me la esperaba y me ha dolido bastante.
Con este estudio psicológico tan detenido de los personajes, Valera logra crear una historia llena de realismo que se acentúa más gracias a la adecuación de los diálogos a la posición social de cada personaje aunque ninguno deja de jugar con la ironía. Antoñona es un ejemplo claro de esto mencionado: mantiene ciertos giros andaluces pero lo hace en un registro bastante formal (en este aspecto, Luis vuelve a recurrir a Dios para explicar esto, afirmando que posee un registro culto debido a que Dios lo ha querido así).
"Pepita Jiménez" supone una vuelta a algunos elementos clásicos y renacentistas, como bien lo son el locus amoenus que se materializa en la descripción de paisajes idílicos de la mano de Don Luis. Asimismo, encontramos la educación del cortesano basada en la equitación o el esgrima. Pero sin duda, el elemento clásico más característico de la obra es la descripción de Pepita Jiménez asemejada esta a una donna angelicata.
Sin duda, lo más llamativo de la novela es la construcción del personaje de Pepita, tanto física como psicológicamente. Lo más curioso es ver cómo cambia la percepción de la joven desde el punto de vista de Luis así como la imagen que se nos presenta de ella en el Paralipómenos.
- DESCRIPCIÓN DE PEPITA
Lejos de seguir el estereotipo de mujer andaluza consistente en piel morena, ojos oscuros y pelo castaño y rizado, Pepita más bien se acerca al canon de mujer renacentista de piel pálida, ojos claros y pelo del color del oro. Pepita Jiménez es una Venus del realismo.
A lo largo de la historia, percibimos cómo Luis se fija en algunas partes del cuerpo más que en otras, destacando, sin lugar a dudas, las manos, de las que ofrece una descripción de lo más detallada.
Un hecho que llama mucho la atención es que Luis alude continuamente a que no está maquillada y para el protagonista, eso es símbolo de que su belleza es natural. Personalmente, me recordaba a las pequeñas muñecas de porcelana que en se rompen con solo tocarlas.
Como ya vimos, Luis relaciona todo con Dios, y para él, la belleza de Pepita es el reflejo de la divinidad.
Es muy curioso como el autor juega con el paisaje y el cuerpo de Pepita, creando imágenes eróticas a lo largo de la obra.
“La mano es el instrumento de nuestras obras, el signo de nuestra nobleza, el medio por donde la inteligencia reviste de forma sus pensamientos artísticos, y da ser a las creaciones de la voluntad, y ejerce el imperio que Dios concedió al hombre sobre todas las criaturas.”
- CONSTRUCCIÓN NARRATIVA DE LA NOVELA
En este período los autores experimentan con la narrativa, motivo por el que la construcción narrativa de esta historia es de lo más compleja y peculiar, como he mencionado anteriormente. De esta forma, encontraríamos cinco voces:
- EDITOR. Es quien se encuentra el manuscrito, recurriendo así a las clásicas técnicas de narración en las que alguien se encuentra una novela, como sucede en El Quijote, de Cervantes. Ya en la primera parte afirma que todo está escrito con la letra del señor Deán, aunque termina contradiciéndose afirmando que Deán únicamente ha escrito el Paralipómenos, hecho que posteriormente se vuelve a cuestionar. Este editor manipula el texto, cambiando, por ejemplo, en nombre de algunos personajes.
- LUIS DE VARGAS. Es el autor indiscutible de las cartas del sobrino del señor Deán. Por
ello mismo, como hemos explicado antes, toda esta parte epistolar del texto es mucho
más subjetiva e íntima. Además, también aquí podemos apreciar la idealización, ya no
sólo del paisaje sino también de Pepita, al más propio estilo del Romanticismo y
Renacimiento. Vemos entonces cómo no se correspondería con las características
propias del Realismo
- DON PEDRO. Es el autor de las cartas del epílogo, que van dirigidas a su hermano Deán. Además, aparece también en los paralipómenos, cuando don Luis ya se ha batido en duelo y le ha curado el médico. Se nos cuenta cómo don Pedro saca una carta del bolsillo, en la página 338 en la que le confiesa a su hermano, toda la conspiración que está haciendo con Antoñona para que su hijo y Pepita acaben juntos.
- DEÁN. En este texto escribe la carta anterior que ha leído el padre en la que avisa a su hermano de que sospecha del posible enamoramiento de don Luis y Pepita
- SUJETO ENTERADO DE TODO. No puede ser otro que el padre, don Pedro. Cuando nos damos cuenta de que el padre está enterado de todo desde el principio y que trata, junto con Antoñona durante toda la segunda parte, de que acaben juntos, la novela cobra una óptica distinta y es entonces cuando se entiende la ironía y comicidad de esta.
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